«Ama el arte. De todas las mentiras es la menos falaz»

Gustave Flaubert


viernes, 11 de marzo de 2011

Decorando el muro

'Viaje con Clara por Alemania' (Tusquets)


Nadie ya duda de que Aramburu sea uno de los escritores más doctos del panorama literario español. Su anterior libro, Los peces de la amargura (Tusquets), además de valerle unos cuantos premios, se convierte en un manual para aquellos que quieran entender el conflicto vasco. Quizá por ello nadie sospechara que con su última novela regalaría al lector una historia doméstica, las idas y venidas de un matrimonio que emprende un viaje por Alemania por motivos profesionales. Clara, inapetente profesora con pretensiones de escritora de éxito, recibe el encargo de escribir una guía sobre su país, haciéndose acompañar por su marido (un español que acepta que se le conozca únicamente como Ratón), que accede gustoso a servirle de asistente, ayudante, chófer, mozo o esclavo. Serán precisamente las memorias de este, la bitácora que va redactando durante su viaje, lo que el lector conozca y, por tanto, lo que le convierte en un privilegiado ya que tras el cuaderno de Ratón se esconde la soberbia narrativa de Aramburu que tampoco esta vez defraudará a los que hayan decidido invertir su tiempo y su dinero en este libro.

Viaje con Clara por Alemania (Tusquets) es una novela que se debe leer despacio. Que en ocasiones hay que dejar reposar para así poder mirar con cariño a los personajes que, como a un hijo revoltoso, se les termina queriendo. Ratón es Ratón desde la primera página hasta la última, aunque alguna vez se le pueda acusar de cierta falta de madurez y valentía para enfrentarse a las crisis creativas de Clara, que a menudo la transforman en una histérica y una neurótica, frivolizando sobre aquellas cosas que endiosa. Esta paradoja resulta verosímil gracias a la grandeza literaria de Aramburu, que demuestra que sus veinticinco años residiendo en Alemania le han hecho un experto conocedor de los entresijos del país, tanto a nivel geográfico como a nivel social.

Aramburu no se cohíbe a la hora de parodiar la literatura de viajes, de la que demuestra ser un experto. Aludir a Wolfgang Borchert para relatar una escena en un prostíbulo de Hamburgo o utilizar a Thomas Mann para introducir el descanso con el que se obsequia voluntariamente Ratón en una estancia de la Buddenbrookhaus, le sirven para lanzar la prerrogativa de que es necesario crear alternativas para este género literario, mitificado y encumbrado gracias al paso del tiempo.

El recorrido por la tierra de Hesse por el que nos conduce Aramburu requiere un dilatado fetichismo por la cuna de La Bauhaus y un apego especial a la literatura de señores, al más estilo Joyce o Calvino. A pesar de que la trama parezca detenerse por momentos, el lector se sentirá refugiado en una narrativa especialmente cultivada y elaborada que le guiarán por treinta y cinco capítulos que, probablemente, requieran que el lector recurra a Stendhal para hallar la guinda a una novela cuyo único pecado podría ser el exceso de calidad literaria. Pero en tiempos en los que la cultura de masas marca el rumbo de la producción artística, padecer una afección romántica es todo un regalo que sólo unos pocos expertos podrían convertir algún día en epidemia.

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