«Ama el arte. De todas las mentiras es la menos falaz»

Gustave Flaubert


lunes, 1 de noviembre de 2010

La necesidad utópica



La construcción de imposibles resulta un ejercicio plenamente placentero aunque, eso sí, reconozco que no por ello exento de inconformidad y, quizá, inmadurez pero que, en cualquier caso, resulta necesario para sobrevivir en un mundo cargado de banalidad y nihilismo.

Soy consciente que lo fácil que es posicionarse al otro lado; atravesar la línea de lo real y dejarse llevar por lo indiscutible y lo pragmático, pero no siempre se tiene la suficiente tenacidad para luchar contra lo que uno es. Creo que es un mal que sufrimos a todos los que nos apasiona Dalí, y que nuestras novelas preferidas están escritas en francés.

De la lectura de Sartori (¿Qué es la democracia?, publicado por Taurus) comparto la idea de que la utopía puede traducirse como «contemplación», pero le sumaría el acto de reflexión. El hecho de crear «ciudades ideales», siguiendo a Marx, implica no sólo la idea utópica de materializar un espado que para el socialista resultaba puro sino, también, la representación de que es viable un posible cambio en el sistema de organización social.

Sartre persiguió durante toda su vida la teoría de que el hombre está condenado a elegir. Sin embargo, el exceso de realismo puede impedir este acto de elección si se acepta que la estructura política impuesta es la correcta y la única posible. Por tanto, la reflexión en torno a ideales es lo que debiera llevar al cambio y a la apertura de un abanico de posibilidades que aumente la calidad en la convivencia social.

Las revoluciones románticas se han sustentado sobre esta motivación de ampliar las opciones de los individuos más aún que el hecho de convencer sobre cuál es la tendencia política correcta. Breton afirmó que “la imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia”, y las revoluciones del 68 lo tomaron como eslogan. Realmente, por todo esto, creo que la utopía es necesaria en la política y en lo social, a pesar de que muchas veces su falta de pragmatismo la relegue a la escena de lo absurdo.

No creo que existan estados ideales pero confío en que la imaginación (llamada utopía o llamada absurdo) consiga transportar al ser social a un cambio, a su evolución y a la mejora. Ya que la política parece ser que no es capaz de hacerlo.

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